14 de octubre de 2011

Buitres

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Esta historia es absolutamente real. Una de tantas que suceden cada noche en todas partes, a todo el mundo. Cuento algo personal de forma excepcional. La rescato de los recuerdos ya que estuve recordándola con unos amigos hace unos días y comprobé que se estaba fundiendo en las brumas de la memoria (¡sí, ya empiezo a tener batallitas!) y sería una lástima que se perdiera en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Pasó hace un tiempecito y aún se recuerda entre el círculo de amigos como el ejemplo del ridículo más espantoso que se puede hacer con una desconocida.

Discoteca de verano, 5 de la mañana. Luces estroboscópicas dejándote ciego, gente por todas partes y tres colegas un poco aburridos, observando los elementos de alrededor. Se estaba porque había que estar, buscando no sé qué. Supongo que algo parecido a algún tipo de escape de la rutina.

Go-gos aficionadas bailando encima de los altavoces, canis de pueblo enseñando los hombros de gimnasio con sus camisetas ajustadas, cabezas de cenicero moviéndose en una coreografía de marionetas, chicas embutidas en mallas que apenas pueden disimular la celulitis.... Definitivamente no era nuestro ambiente. 

Pero, oh sorpresa, a unos metros se colocan unas chicas un poco decentes. El típico trío: la guapa altiva, la fea seria, y la bajita graciosa que saluda a tooooodos sus amigos. 

Evidentemente, terreno abonado para que unos chicos elegantes y educados actuaran en consecuencia. Pero las cosas no iban a ser tan fáciles. Uno de nosotros estaba muy borracho para decir nada coherente, yo no estaba en condiciones mentales (ruptura reciente) como para jugar. Así que el tercero tenía la evidente responsabilidad de cumplir con lo que se supone que tenía que hacer: la pelota estaba en su tejado. 

Los tres habíamos realizado unas cuantas pruebas de subida de autoestima durante las calurosas noches de verano, con resultados un tanto fallidos. Teníamos, necesitábamos, dar el espaldarazo definitivo para terminar la noche un poco contentos. Animé a nuestro campeón para que le dijera algo a la chica que le gustara. No se anduvo con medias tintas: “vale, a la guapa altiva”. 

No podía ser de otra manera. Pero, aunque no estaba en mi mejor momento para juzgarlo, personalmente no lo vi como opción. Sin embargo, él ya había elegido: o eso o se iba a casa. Le pregunté qué le iba a decir. Respondió en seguida: 
- Le voy a preguntar si no está harta de que le entren tantos buitres. 
Me parecía una entrada un poco brusca, no muy adecuada para la situación, pero le vi tan embalado que no di mi opinión sobre la conveniencia de esa frase. ¿Quién era yo para juzgarlo? Igual hasta funcionaba.
Lo siguiente es una transcripción no literal de lo que pasó, ya que entre los metros de distancia, la música atronadora, y la evidente necesidad de disimular, no puedo autentificar la veracidad de la conversación. Sin embargo, reuniendo testimonios, he podido armar esta descripción de los hechos. Lo que sí pude ver en todo momento fue la cara de altiva estúpida inmutable de ella, que no cambió hasta el final.

Nuestro amigo, el tercero, se dirigió hacia el grupo de féminas con decisión, y con más decisión aún habló a la chica que le gustaba. Más o menos el diálogo fue así:
-          ¡Hola! - sonrisa
-          Hola… - mirada de reojo con desprecio
-          Oyes, ¿no estás harta de que te entren tantos buitres?

Música atronadora, demasiada gente alrededor chillando…
- ¿Qué? 
- Que si no estás harta de que te entren tantos buitres 
- ¿Qué? 


Recordemos que estaban al lado del altavoz y, además, no hay más sordo que el que no quiere oír. Mi amigo empezó a ponerse nervioso y alzar la voz, ya que el factor sorpresa, que pensaba emplear, al ser su única arma, se estaba empezando a resquebrajar.

- ¡Que si no estás harta de que te entren tantos buitres! 
- ¿Que si no estoy harta de qué?
- ¡De que te entren tantos buitres!

Debo aclarar que este fue uno de esos momentos en los que el universo se sincroniza para formar una maravillosa entropía que parece dirigida sólo a la conclusión de ese momento. Quién sabe si, en un pasado remoto, esa estrella no hubiera refulgido con tanta intensidad, o aquél protozoo hubiera decidido quedarse un rato más sin desdoblarse con el milagro de la mitosis, se hubieran desencadenado los acontecimientos que concluyeron en ese instante. 

Mi amigo crispado por el esfuerzo, los puños cerrados y los ojos fuera de sus órbitas, olvidada ya la timidez y tratando de hacerse entender. Quizá fuera el destino o la confluencia de una serie de circunstancias que se habían iniciado millones de años antes, que el equipo falló durante unos segundos y todo quedó en silencio, en el mismo instante en el que mi amigo inspiraba aire para exclamar…

- ¿Tantos qué? 
- ¡¡¡BUITRES JODER, BUITRES!!! 



Lo siguiente fue evidente. Ella se tapó el oído con gesto de dolor y le miró con cara asesina. Primero las amigas, y luego los de alrededor, miraron a las dos siluetas con preocupación, una mirada que se fue propagando por una pista en silencio que instantes antes retumbaba al ritmo machacón de la música de baile. Por un momento fueron el centro de atención de 300 personas alocadas. Creo que hasta el DJ vaciló unos instantes antes de pinchar el siguiente tema tras escuchar el exabrupto.

Mi amigo, sabiéndose el centro de atención, se dio la vuelta con los brazos tensos colgando y los ojos desorbitados e inyectados en sangre. Enseñando los dientes en un rictus cercano a la apoplejía, caminó a trompicones los metros que le separaban de nosotros (aguantándonos la risa) y se limitó a comunicarnos un "Me voy" sin detenerse. 


Lo reconozco, es cruel, puede que hasta deba arrepentirme, pero recordar esta historia es uno de los pocos placeres culpables que me permito de vez en cuando. Quizá no debería haberlo hecho de forma tan descarada (aunque no fui el único), incluso a lo mejor debería haber dejado esta historia en el rincón de la memoria donde se archivan los ridículos masculinos provocados por la imperiosa necesidad de amor conyugal


El caso es que me estuve riendo a mandíbula batiente lo que quedaba de noche (incluidas agujetas en el estómago al día siguiente), durante los días posteriores, e incluso hoy, años después. En definitiva, un hecho lamentable que ahora comparto con vosotros para la risión generalizada.

PD: Chicas, id con cuidado. Están por todas partes...

Obsequio de una cena romántica previa para dos personas
a quien responda a esta propuesta

2 comentarios:

Fernando Gili dijo...

Excelente amigo mio... y no ha puesto ninguna foto de Bunury con lo que el post gana mucho... :)

Siempre suyo
Un completo gilipollas

DeZeta dijo...

Es un honor su comentario, estimado Gilipollas. Le recomiendo no bucear demasiado en este blog si no quiere caer fulminado por la visión del susodicho :)

Atentamente: DeZeta al Pil Pil