Ojiplático estoy por el artículo que me ha mandado un colega, y al que llevo toda la tarde dando vueltas. No me puedo resistir a hacer una valoración...
Parece ser que hay una fórmula matemática, a la que evidentemente no hay que tomar en serio, que deduce que hay que pasar por 12 parejas antes de encontrar a la persona perfecta para ti. Supongo que esta parte de las matemáticas irán por la parte de la psicohistoria de Asimov o de los modelos sociales probabilísticos, porque no encuentro argumentos para dar un número tan exacto.
En cualquier caso, se me escapa la teoría, aunque de práctica puede que pueda tener alguna opinión al respecto.
Lo primero que se me viene a la cabeza es la cantidad de tiempo y dinero que invierten las universidades, y por extensión, el mundillo académico investigador, en auténticas gilipolleces. Mi sobrino, el pobre, se pasó cinco años investigando con nanotubos de carbono para darle una utilidad práctica a ciertos efectos físicos de estos elementos, y de paso conseguir su doctorado. Pero claro, Asimov consiguió su doctorado con una tesis sobre la tiotimolina resublimada, la molécula con un átomo de carbono con dos enlaces extendidos en el tiempo. A estas alturas ya no nos asustamos por nada, incluso se premian las investigaciones más estúpidas.
Según el sesudo estudio de la doctora Cresswell, las posibilidades de encontrar el amor aumentan un 75 por ciento cuando se pasa por esas 12 parejas. Ni idea de las variables en las que se ha basado esta señora, pero imagino que tendrá en cuenta edad, madurez emocional, estabilidad económica, distancia geográfica, compromisos adquiridos, relaciones recientes, disponibilidad, ganas, cobardía o incluso acojone general ante el compromiso.
Y la pregunta es: ¿cómo coño se cuantifica todo eso? Porque esto sólo es el principio. Después está la familia, los ex, la compenetración, la complicidad, el respeto, la educación, las formas, la evolución, los objetivos...
Y sobre todo el sexo, el gran tabú, en el que no hay término medio. O se es libertino y se presume, se hace bandera y proselitismo, o se es un mojigato encorsetado en costumbres rancias cavernarias victorianas.
Curioso asunto el del sexo en esta sociedad beata. Tomarlo con naturalidad, incluso reírse y desmitificarlo, apenas tiene cabida. Igual algún día hablo de ello.
Entonces me pregunto, durante miles de años, poetas, cantantes, oradores, filósofos, sicólogos y demás fauna, se ha preguntado qué es el amor. Qué, quién, por qué, cuándo, cómo e incluso dónde. Hasta llegar a esta era, en la que hay respuesta para todo. Por ejemplo, para lo evidente: que la experiencia te hace aprender y ser más selectivo, que las decepciones y las imposibilidades forman parte de la madurez emocional, que saber lo que quieres es infinitamente más importante que lo que no quieres, que cuestionarse constantemente los motivos por los que sientes algo por alguien es la forma más sana de mantener viva una relación y no caer en la rutina, la muerte de la pasión.
Porque en el momento en el que me aburro con alguien, que no puedo simplemente estar, dejarme caer, ver una peli, estar callado, ensimismado en mis cosas…, pues como que está pasando algo que no debería, la ruptura del tejido espacio - tiempo común de pareja.
Y esto no tiene nada que ver con la fidelidad. Si además de animales, nos consideramos "humanos", la definición de fidelidad que más me gusta es: siempre habrá alguien mejor, más alto, más guapo, más simpático, con más dinero, con más tetas, que la tenga más larga, que folle mejor, etc. Pero esta es la persona que me gusta, la elijo a ella y no necesito otra cosa.
PD: gracias a mi amigo Míster por el artículo
Y esto no tiene nada que ver con la fidelidad. Si además de animales, nos consideramos "humanos", la definición de fidelidad que más me gusta es: siempre habrá alguien mejor, más alto, más guapo, más simpático, con más dinero, con más tetas, que la tenga más larga, que folle mejor, etc. Pero esta es la persona que me gusta, la elijo a ella y no necesito otra cosa.
Y eso sin contar con otros factores, como crisis personales, hijos, embarazos no deseados, cambio de carácter, incluso machismo, hembrismo, o simplemente misoginia mal entendida. Esos comportamientos que, por desconocimiento, por falta de experiencia, por inmadurez emocional, o, simplemente, por no escarmentar, hacen que ocurra lo que no debería: que personas estupendas (hombres y mujeres) se conviertan en monstruos, en cabrones sin alma o divinas perdonavidas desencantados de la vida, cuya única satisfacción es hacer lo que se espera de ellos (a follar a follar, que el mundo se va a acabar), algo que, más allá de la supuesta satisfacción de hacer la muesca en el revólver, ni les llena ni les completa.
Un comportamiento que, por supuesto, casi siempre termina en dramas, vidas de telenovela, rupturas catastróficas o simplemente aburrimiento, cuernos, engaños consentidos o traiciones anunciadas.
Como aquella perla que me soltaron una vez: "Te quiero, pero no estoy enamorada". "Ah, pues te pasa como a mí, que fumo pero nunca llevo mechero". Aquello marcó el principio del fin de aquella relación, pero eso es otra historia.
Por la parte que me toca, que hagan todos los cálculos chorras sobre el número mínimo de relaciones necesarias para encontrar la estabilidad emocional. Pero también estaría bien que se empiece a enseñar lo que es tener madurez emocional, respeto por el otro género (cuidado, que jamás diré “sexo contrario”, o “fuerte”, o “débil”), disfrute pleno por el sexo sin actitudes melindrosas basadas en el “qué va a pensar de mí” u otros roles, comprensión por la vida de la otra persona, sus problemas y preocupaciones, o comunicación sin cortapisas, por poner algunos ejemplos.
Conste que todo lo expuesto en el párrafo anterior está genial, es importantísimo, pero sigue sin parecerme suficiente para saber si es amor o no. Creo que es lo mínimo necesario e imprescindible para reunir los requisitos. Pero para que haya AMOR, creo que debe haber algo más, algo tan mágico e inaccesible, algo tan incomprensible, como que dos personas no necesiten, sino que quieran estar en exclusiva la una con la otra (teniendo en cuenta lo antinatural de la fidelidad), y que todos esos inconvenientes que hemos mencionado más arriba se conviertan en detalles sin importancia.
Y esto no depende de 12, 3 ó 45 relaciones. Depende de la actitud de cada uno, de la disposición, del momento, del lugar, de las ganas, y de los cojones que se tengan para aceptar que hay amor (recordemos ese viejo dicho gaditano: los hombres tienen huevos, las mujeres cojones).
Esa es otra, media vida suspirando por encontrar a la persona perfecta, y cuando aparece suele poder más el miedo o la negación que la realidad. Y desgraciadamente, volvemos al inicio del bucle: ahora no puedo, no es buen momento, no sé, todo es tan complicado, "no quiero confundirte", mi vida es una mierda, seré un/a desgraciado/a siempre, me tendré que conformar con lo que aparezca... Y demás estupideces que se dicen para convertir nuestra vida en una telenovela. Dar científicamente un número mínimo de relaciones es añadir otra excusa más al conformismo de este proceso.
Pues no, me niego a que sea así, y ejerzo de mi propia negación. Como hombre debería agradecer las muestras, las atenciones, lo que me quieran dar, pero no me da la gana. No me conformo, no rebaño los restos de lo que dejan otros, no pago los platos rotos de otras relaciones, no me quedo con lo que me dejan, no me consuelo pensando que podría ser peor.
Yo elijo, yo decido. Lo demás vendrá solo.
Yo elijo, yo decido. Lo demás vendrá solo.
PD: gracias a mi amigo Míster por el artículo
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