24 de noviembre de 2010

Libre albedrío

Y en el principio…. Sólo estábamos nosotros.

Niños. Puros, inocentes, curiosos, alegres. Todo era nuevo. Todo distinto. Todo por nombrar, por entender, por compartir. Nada que temer, nada por lo que preocuparse.

Y entonces llegó la corrupción. En realidad siempre estuvo allí, es sólo que éramos demasiado jóvenes para que nos afectara.

Y se nos olvidaron las primeras veces. Las primeras cosquillas. Las primeras sonrisas. El primer guiño cómplice, el primer abrazo, el primer beso.

Y la amistad se transformó en conveniencia. Y la familia empezó a parecer imperfecta. Y las relaciones tuvieron fecha de caducidad.

Y se nos agotó la capacidad de sorpresa. Y el amor empezó a doler.

Estamos corrompidos, somos seres bajos e instintivos. No hay raciocinio ni cordura en las pasiones.

Adán y Eva fueron expulsados por gracia de su hedonismo. Abel murió, Caín sobrevivió con su marca. ¿De quién crees que descendemos?

Con estos antepasados, con esos antecedentes, ¿qué se supone que se espera de nosotros? ¿Enmendar errores pasados o perpetuar las costumbres heredadas? ¿Creer que somos mejores porque repetimos la historia, una tradición malediciente a nuestras espaldas? Somos iguales que ellos, la corrupción es intrínseca a nuestra naturaleza. Es nuestra motivación, como que a los demás les vaya peor, como regodearnos en la desgracia ajena.

Por mucho que lo intentemos, por mucho que se nos adoctrine en el camino hacia la virtud, ni siquiera nuestros maestros quisieron aplicar sus propias enseñanzas. Tan corruptos como sus propios ancestros. ¿Y nosotros nos atrevemos a opinar sobre lo bueno y lo malo, sobre lo que es correcto y lo que no?


Nada nos lo impide, podemos elegir. Jodido libre albedrío. Podemos dejarnos llevar, continuar nuestro instinto. Lo tenemos muy fácil.

O podemos seguir el camino de la virtud, una senda sin ángeles guardianes, sin espadas flameantes guiándonos. Estaremos solos, por donde pocos han pasado antes, sin baldosas doradas que nos guíen, iluminando la oscuridad con nuestro pobre fuego.

Es nuestra maldición. Nuestra propia libertad.

Libre albedrío, colega”, me dijo una vez un ángel burlándose de mí. “Tú eliges, eres el dueño y señor de la creación, el universo no hará nada por impedirlo.

Pues elijo. Elijo ser humano. Mitad dios, mitad hombre.

Elijo equivocarme, elijo aprender de mis errores. Elijo ser imperfecto.

Lo cual me convierte básicamente en humano.

No sé lo que puedo hacer, no tengo respuestas para tu pregunta.

Pero sí sé cómo conseguirlo, es sólo pura voluntad.

Libre albedrío, colega. Dios no tiene nada que ver en todo esto. Te jodes.

Jodido ángel cabrón. Lo tiene fácil, se limita a obedecer órdenes. Como todos aquellos que pueblan el infierno. No imagino un castigo peor que no poder ejercer de tu propia libertad.

Imagino que el camino hacia las calderas está asfaltado con todas las oportunidades que dejamos pasar, por todas las veces que nos dejamos llevar, que decidieron por nosotros, que hicimos lo que se esperaba de nosotros y realmente no queríamos.

El infierno debe ser un lugar concurrido. Y nada divertido. Igual que el cielo.

Prefiero quedarme en medio. Aún tengo mucho por hacer. Y lo que dure, duró.

No es Tyler quien habla, soy yo.

Cómo me deprime Madrid.

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