Llevo un tiempo dándole vueltas a ciertos temas a los que no había prestado atención nunca. “Nunca” es relativo; claro que les había prestado atención, pero no durante demasiado tiempo, sabiendo que el DZ del futuro sabría arreglárselas.
Pero el DZ del futuro se acerca peligrosamente a esta línea temporal, así que voy a darle una oportunidad. Hasta ahora, no había tenido ocasión de hacerlo, no se había dado la situación adecuada, o, en realidad, nunca me habían preocupado. El caso es que las circunstancias de los últimos meses me han hecho plantearme muchas cosas relativas a mi vida.
Esta no va a ser una entrada divertida ni aleccionadora, sino personal e intransferible. No voy a hablar de frikadas, música, cine, o voy a emplear muchas palabras vacías para contar algún chiste estúpido al final. Te lo advierto de antemano, por si tienes afán de crítica, aunque sea constructiva, para que dejes de leer en este momento.
Tampoco quiero aburrirte con mis historias. Aunque viendo el número de lecturas mensuales de este blog, me daré por satisfecho si se pasa de largo ante estas reflexiones.
También te advierto que voy a hablar de mis amigos, siempre con admiración: son el reflejo en el que me miro de vez en cuando para comprobar si voy bien en el desarrollo de mi vida. Algunos están casados y con hijos, otros siguen solteros, de otros hace mucho que no sé nada y, por último, está el grupo de impresentables que son mi debilidad, adorables canallas que siguen sin saber qué hacer con su vida y siguen huyendo hacia delante, riéndose de sí mismos.
¿Sigues aquí? Pues a lo que vamos. Tengo treinta y tantos años. Si me muero mañana dejaré un MAC, un par de guitarras, una tonelada de libros, unas cuantas figuritas frikis y dos blogs que no lee nadie (sí, este es un de ellos). Ese es mi legado, y no creo que ninguno de mis supuestos herederos se pelee por él.
Tengo amigos con los que he compartido parte de mi infancia, gran parte de mi adolescencia, y una pequeña parte de mi madurez. Amigos que se enorgullecen de conocerme, aunque lo hagan como quien ha ido a Nueva York y se ha hecho una foto en las Torres Gemelas. Puedes darte todos los golpes en el pecho que quieras reivindicando tu conocimiento del monumento, pero en realidad, sólo tienes un vago recuerdo y una foto que lo demuestra. De lo que había ya no queda nada, suponiendo que alguna vez llegaras a conocer lo que pasaba por dentro.
Pero son mis amigos, y doy gracias por tenerlos a ellos y no a otros. A ellos se supone que les va mucho mejor que a mí: hace muchos años decidieron que ya eran adultos y debían comportarse como tales.
Recuerdo una tradicional cena navideña en la que aparecí, como era tradicional, con unas cuantas tradicionales botellas de vino para beberlas tradicionalmente después de la cena, como marcaba la tradición. Después de unas cuantas horas soportando miradas despectivas de sus novias de entonces, asistiendo a conversaciones sobre trabajo, coches e inversiones de ellos, y el color del sofá, las cortinas o la cocina de ellas, juré que sería la última. Habían pasado a otro nivel, uno al que a mí aún me faltaba mucho por llegar. Aquella gélida noche volví a mi casa triste, con las botellas sin abrir (bueno, una sí que la abrí, pero fue después, solo, y además es un detalle sin importancia) y la seguridad de que no volvería a una reunión como esa jamás mientras no me sintiera agusto.
Hoy en día, son los orgullosos poseedores de esposa, retoños, hipoteca, un trabajo que cuelga de un hilo, en el mejor de los casos, arrugas incipientes y demasiadas ojeras. Enarbolan orgullosos sus trofeos vitales, mientras su ojo izquierdo parpadea espasmódicamente. Viéndoles, y, sobre todo, tratándoles, me siento aliviado de no haber tomado las decisiones que tomaron ellos en su momento. No es cuestión de criticarles ni de que se arrepientan, sino de que yo no quise decidir con 25 años lo que iba a hacer los próximos 60. En su momento, ni quería esa vida, ni estaba preparado, ni me veía seguro para asumir esos riesgos.
Lo confieso. Nunca he planeado a más de dos años vista, porque nunca he tenido claro cómo iba a ser el futuro. No soy tan ingenuo como para pretender controlar el destino del mundo. Joder, la sociedad en la que vivimos va a toda velocidad, y sigue acelerando. Hace 20 años ni siquiera existía Internet. Pero mi trabajo en los últimos 10 años no podría haberlo realizado sin esta maravillosa herramienta. ¿Quién sabe qué estaré haciendo y cómo lo haré dentro de otros 20?
Por otro lado, tampoco me veía construyendo un futuro incierto con las personas que estaban conmigo. Lo siento por ellas si se ilusionaron. Yo lo hice a pesar de todo.
Otra confesión. Nunca nadie ha dependido de mí, he contado con la seguridad paterna de una comida caliente y una cama blandita, de forma que, a pesar de todo, he podido buscarme la vida como he podido/querido. Pero eso no ha hecho que me acomode, ni mucho menos. Antes de acabar la carrera ya trabajaba en lo que podía (becario, mantenimiento informático, camarero…) para no depender económicamente de mis padres. Tampoco le doy demasiada importancia, muchos lo han pasado peor que yo.
Así que, más de diez años después, sigo con el supuesto rollo de “eterno adolescente”. Y digo supuesto porque es relativo. No creo que sea una persona irresponsable. Tampoco soy un fiestero empedernido, ni un calavera irredento. Simplemente, tomé otro tipo de decisiones porque sabía que no había llegado al final de mi camino, que me quedaban muchas fiestas por disfrutar, muchos bailes por destrozar, muchas botellas por matar, muchos ridículos que representar... Que aún tenía mucho por hacer.
Siempre he confiado en mis posibilidades. Sé que, pase lo que pase, levantaré cabeza y me adaptaré. Me considero una persona flexible, capacitada para hacer más cosas que lo limitado a una simple ingeniería. Programar aplicaciones, diseñar circuitos o supervisar ordenadores me parece tan apasionante como sexuar pollos, pero la mitad de divertido. No quería pasarme el resto de mi vida exclusivamente leyendo manuales técnicos, soldando transistores en cáscodo o calibrando puentes de Wein, lamentándome por lo que podría haber hecho y no hice.
Así que no lo hice. Cumplí con la condición de terminar la ingeniería (de una puta vez, hay que decirlo) y empecé a ver el cielo abierto. Podía hacer lo que quería, trabajar en una gran empresa, cobrar mi buena nómina, pedir una hipoteca que terminaría de pagar a los 70, casarme….
¡Que no, que es broma! Tenía otros planes.
Para empezar, trabajar en televisión. De lo que fuera, pero en televisión. Y lo conseguí.
Siguiente, salir de Madrid. Adoro esa ciudad de visita, pero odio vivir allí. Conseguido.
Y hacer periodismo. Y trabajar en comunicación. Y formar mi propia empresa. Y publicar en un periódico. Y escribir un libro. Y…
Conseguido, conseguido y conseguido. Ya lo he dicho, confío en mis posibilidades. Y lo que me queda.
Mis sueños no eran los mismos que los de mis amigos. Eso no es ni bueno ni malo. Sólo eran distintos. Diez años después puedo decir satisfecho que he cumplido todos los sueños que me planteé.
Pero de sueños no se come.
Es una mierda, pero eso no ofrece seguridad ni estabilidad a nadie. A efectos prácticos, sigo viviendo en casa de mis padres y no tengo un sueldo fijo. Cualquiera que se plantee un futuro conmigo es normal que piense “¿Dónde coño voy yo con este tío?”. Mis amigos puede que no sean todo lo felices que se plantearon en su momento, pero al menos tienen estabilidad y seguridad. Precaria, hipotecada, dependiente, pero tienen algo que ofrecer a sus parejas.
Y sin embargo, he sido inmensamente feliz viviendo mi vida en los últimos años, ejerciendo de mi libertad de decisiones. Con altibajos, con decepciones, con momentos muy miserables y desesperantes, sin apoyos, pero tomando mis propias decisiones y equivocándome YO, no haciendo lo que se esperaba de mí. Arriesgando, echándome para delante, jugándomela a una carta o tirándome a la piscina sin saber si tenía agua.
Y lo peor que me ha pasado es que he tenido que empezar de cero. Bien, lo he hecho muchas veces y no pasa nada. Me han salido un par de canas de más y he pasado un par de noches sin dormir, y a otra cosa.
El problema es que no vivimos en una cultura que alabe la iniciativa sino que valora el éxito en función de tu cuenta en el banco, a cualquier precio. Así que, dado que no nado en dinero, posesiones y concubinas, se supone que soy un fracasado. Todo el background que he comentado antes lo empleé en invertir en negocios que deberían haber funcionado. Qué cojones, funcionaban en otros sitios y también funcionaron aquí: las ideas eran buenas, innovadoras y daban resultados. Pero claro, ante una recesión a nivel mundial, ni todo el background, ni la experiencia, ni la sabiduría acumulada sirven. Las mismas ideas, las mismas inversiones que hace años generaban prosperidad en Madrid, Sevilla, etc, ya no funcionan. Y, por supuesto, aquellos que invirtieron en lo mismo deben estar arruinados. Al menos yo sigo con lo puesto.
Esto no es más que una mala racha. Siempre he sido un culo inquieto, no voy a dejar de serlo y sé que saldré de esta. Lo único que tengo que decir es que no creo que deba ser juzgado por la situación actual. Hay otros países donde se premia la iniciativa. España no es uno de ellos, aquí nos encanta decir "te lo dije". Francamente, me la suda.
Sigo pensando en el futuro, huyendo hacia delante, preparando el próximo movimiento. La diferencia, por primera vez, es que ya tengo edad (o quizá, que ya debo empezar a plantear estabilidad y seguridad a alguien más que a mí mismo) para hacer planes a medio - largo plazo.
Soy de los de “contigo pan y cebolla”. Es decir, no me hace falta mucho para ser feliz. Pero por dentro construyo catedrales. Hay a quien le gusto precisamente por eso.
Aunque también hay quien necesita esas catedrales en el mundo real. Y fuegos artificiales. Y estrellas fugaces. Y coros de ángeles….
Reconozco que he tenido pocas cosas claras en mi vida. Creo que casi todas las que he expuesto en esta estúpida e innecesaria entrada de este humilde blog. Pero cuando he tenido algo claro, como me ha pasado los últimos meses, he ido a por ello. Como un jodido cuchillo de acero caliente cortando mantequilla.
No me pidas que te diga cómo será el color de las paredes de mi casa dentro de 20 años, porque no tengo ni idea. Pero sí te puedo decir cómo me sentiré: feliz, cumpliendo mis sueños.
COROLARIO
Si eres uno de mis amigos y has llegado hasta aquí, deja de echar espuma por la boca y sonríe, idiota. No me gustan las personas planas que no tienen nada que aportar. Me gusta la gente que me estimula, me sorprende y le echa un par de huevos a la vida.
PD: Básicamente, esto es lo que te quise contar y no pude
Pero el DZ del futuro se acerca peligrosamente a esta línea temporal, así que voy a darle una oportunidad. Hasta ahora, no había tenido ocasión de hacerlo, no se había dado la situación adecuada, o, en realidad, nunca me habían preocupado. El caso es que las circunstancias de los últimos meses me han hecho plantearme muchas cosas relativas a mi vida.
Esta no va a ser una entrada divertida ni aleccionadora, sino personal e intransferible. No voy a hablar de frikadas, música, cine, o voy a emplear muchas palabras vacías para contar algún chiste estúpido al final. Te lo advierto de antemano, por si tienes afán de crítica, aunque sea constructiva, para que dejes de leer en este momento.
Tampoco quiero aburrirte con mis historias. Aunque viendo el número de lecturas mensuales de este blog, me daré por satisfecho si se pasa de largo ante estas reflexiones.
También te advierto que voy a hablar de mis amigos, siempre con admiración: son el reflejo en el que me miro de vez en cuando para comprobar si voy bien en el desarrollo de mi vida. Algunos están casados y con hijos, otros siguen solteros, de otros hace mucho que no sé nada y, por último, está el grupo de impresentables que son mi debilidad, adorables canallas que siguen sin saber qué hacer con su vida y siguen huyendo hacia delante, riéndose de sí mismos.
¿Sigues aquí? Pues a lo que vamos. Tengo treinta y tantos años. Si me muero mañana dejaré un MAC, un par de guitarras, una tonelada de libros, unas cuantas figuritas frikis y dos blogs que no lee nadie (sí, este es un de ellos). Ese es mi legado, y no creo que ninguno de mis supuestos herederos se pelee por él.
Tengo amigos con los que he compartido parte de mi infancia, gran parte de mi adolescencia, y una pequeña parte de mi madurez. Amigos que se enorgullecen de conocerme, aunque lo hagan como quien ha ido a Nueva York y se ha hecho una foto en las Torres Gemelas. Puedes darte todos los golpes en el pecho que quieras reivindicando tu conocimiento del monumento, pero en realidad, sólo tienes un vago recuerdo y una foto que lo demuestra. De lo que había ya no queda nada, suponiendo que alguna vez llegaras a conocer lo que pasaba por dentro.
Pero son mis amigos, y doy gracias por tenerlos a ellos y no a otros. A ellos se supone que les va mucho mejor que a mí: hace muchos años decidieron que ya eran adultos y debían comportarse como tales.
Recuerdo una tradicional cena navideña en la que aparecí, como era tradicional, con unas cuantas tradicionales botellas de vino para beberlas tradicionalmente después de la cena, como marcaba la tradición. Después de unas cuantas horas soportando miradas despectivas de sus novias de entonces, asistiendo a conversaciones sobre trabajo, coches e inversiones de ellos, y el color del sofá, las cortinas o la cocina de ellas, juré que sería la última. Habían pasado a otro nivel, uno al que a mí aún me faltaba mucho por llegar. Aquella gélida noche volví a mi casa triste, con las botellas sin abrir (bueno, una sí que la abrí, pero fue después, solo, y además es un detalle sin importancia) y la seguridad de que no volvería a una reunión como esa jamás mientras no me sintiera agusto.
Hoy en día, son los orgullosos poseedores de esposa, retoños, hipoteca, un trabajo que cuelga de un hilo, en el mejor de los casos, arrugas incipientes y demasiadas ojeras. Enarbolan orgullosos sus trofeos vitales, mientras su ojo izquierdo parpadea espasmódicamente. Viéndoles, y, sobre todo, tratándoles, me siento aliviado de no haber tomado las decisiones que tomaron ellos en su momento. No es cuestión de criticarles ni de que se arrepientan, sino de que yo no quise decidir con 25 años lo que iba a hacer los próximos 60. En su momento, ni quería esa vida, ni estaba preparado, ni me veía seguro para asumir esos riesgos.
Lo confieso. Nunca he planeado a más de dos años vista, porque nunca he tenido claro cómo iba a ser el futuro. No soy tan ingenuo como para pretender controlar el destino del mundo. Joder, la sociedad en la que vivimos va a toda velocidad, y sigue acelerando. Hace 20 años ni siquiera existía Internet. Pero mi trabajo en los últimos 10 años no podría haberlo realizado sin esta maravillosa herramienta. ¿Quién sabe qué estaré haciendo y cómo lo haré dentro de otros 20?
Por otro lado, tampoco me veía construyendo un futuro incierto con las personas que estaban conmigo. Lo siento por ellas si se ilusionaron. Yo lo hice a pesar de todo.
Otra confesión. Nunca nadie ha dependido de mí, he contado con la seguridad paterna de una comida caliente y una cama blandita, de forma que, a pesar de todo, he podido buscarme la vida como he podido/querido. Pero eso no ha hecho que me acomode, ni mucho menos. Antes de acabar la carrera ya trabajaba en lo que podía (becario, mantenimiento informático, camarero…) para no depender económicamente de mis padres. Tampoco le doy demasiada importancia, muchos lo han pasado peor que yo.
Así que, más de diez años después, sigo con el supuesto rollo de “eterno adolescente”. Y digo supuesto porque es relativo. No creo que sea una persona irresponsable. Tampoco soy un fiestero empedernido, ni un calavera irredento. Simplemente, tomé otro tipo de decisiones porque sabía que no había llegado al final de mi camino, que me quedaban muchas fiestas por disfrutar, muchos bailes por destrozar, muchas botellas por matar, muchos ridículos que representar... Que aún tenía mucho por hacer.
Siempre he confiado en mis posibilidades. Sé que, pase lo que pase, levantaré cabeza y me adaptaré. Me considero una persona flexible, capacitada para hacer más cosas que lo limitado a una simple ingeniería. Programar aplicaciones, diseñar circuitos o supervisar ordenadores me parece tan apasionante como sexuar pollos, pero la mitad de divertido. No quería pasarme el resto de mi vida exclusivamente leyendo manuales técnicos, soldando transistores en cáscodo o calibrando puentes de Wein, lamentándome por lo que podría haber hecho y no hice.
Así que no lo hice. Cumplí con la condición de terminar la ingeniería (de una puta vez, hay que decirlo) y empecé a ver el cielo abierto. Podía hacer lo que quería, trabajar en una gran empresa, cobrar mi buena nómina, pedir una hipoteca que terminaría de pagar a los 70, casarme….
¡Que no, que es broma! Tenía otros planes.
Para empezar, trabajar en televisión. De lo que fuera, pero en televisión. Y lo conseguí.
Siguiente, salir de Madrid. Adoro esa ciudad de visita, pero odio vivir allí. Conseguido.
Y hacer periodismo. Y trabajar en comunicación. Y formar mi propia empresa. Y publicar en un periódico. Y escribir un libro. Y…
Conseguido, conseguido y conseguido. Ya lo he dicho, confío en mis posibilidades. Y lo que me queda.
Mis sueños no eran los mismos que los de mis amigos. Eso no es ni bueno ni malo. Sólo eran distintos. Diez años después puedo decir satisfecho que he cumplido todos los sueños que me planteé.
Pero de sueños no se come.
Es una mierda, pero eso no ofrece seguridad ni estabilidad a nadie. A efectos prácticos, sigo viviendo en casa de mis padres y no tengo un sueldo fijo. Cualquiera que se plantee un futuro conmigo es normal que piense “¿Dónde coño voy yo con este tío?”. Mis amigos puede que no sean todo lo felices que se plantearon en su momento, pero al menos tienen estabilidad y seguridad. Precaria, hipotecada, dependiente, pero tienen algo que ofrecer a sus parejas.
Y sin embargo, he sido inmensamente feliz viviendo mi vida en los últimos años, ejerciendo de mi libertad de decisiones. Con altibajos, con decepciones, con momentos muy miserables y desesperantes, sin apoyos, pero tomando mis propias decisiones y equivocándome YO, no haciendo lo que se esperaba de mí. Arriesgando, echándome para delante, jugándomela a una carta o tirándome a la piscina sin saber si tenía agua.
Y lo peor que me ha pasado es que he tenido que empezar de cero. Bien, lo he hecho muchas veces y no pasa nada. Me han salido un par de canas de más y he pasado un par de noches sin dormir, y a otra cosa.
El problema es que no vivimos en una cultura que alabe la iniciativa sino que valora el éxito en función de tu cuenta en el banco, a cualquier precio. Así que, dado que no nado en dinero, posesiones y concubinas, se supone que soy un fracasado. Todo el background que he comentado antes lo empleé en invertir en negocios que deberían haber funcionado. Qué cojones, funcionaban en otros sitios y también funcionaron aquí: las ideas eran buenas, innovadoras y daban resultados. Pero claro, ante una recesión a nivel mundial, ni todo el background, ni la experiencia, ni la sabiduría acumulada sirven. Las mismas ideas, las mismas inversiones que hace años generaban prosperidad en Madrid, Sevilla, etc, ya no funcionan. Y, por supuesto, aquellos que invirtieron en lo mismo deben estar arruinados. Al menos yo sigo con lo puesto.
Esto no es más que una mala racha. Siempre he sido un culo inquieto, no voy a dejar de serlo y sé que saldré de esta. Lo único que tengo que decir es que no creo que deba ser juzgado por la situación actual. Hay otros países donde se premia la iniciativa. España no es uno de ellos, aquí nos encanta decir "te lo dije". Francamente, me la suda.
Sigo pensando en el futuro, huyendo hacia delante, preparando el próximo movimiento. La diferencia, por primera vez, es que ya tengo edad (o quizá, que ya debo empezar a plantear estabilidad y seguridad a alguien más que a mí mismo) para hacer planes a medio - largo plazo.
Soy de los de “contigo pan y cebolla”. Es decir, no me hace falta mucho para ser feliz. Pero por dentro construyo catedrales. Hay a quien le gusto precisamente por eso.
Aunque también hay quien necesita esas catedrales en el mundo real. Y fuegos artificiales. Y estrellas fugaces. Y coros de ángeles….
Reconozco que he tenido pocas cosas claras en mi vida. Creo que casi todas las que he expuesto en esta estúpida e innecesaria entrada de este humilde blog. Pero cuando he tenido algo claro, como me ha pasado los últimos meses, he ido a por ello. Como un jodido cuchillo de acero caliente cortando mantequilla.
"Haz de tu vida un sueño, y de tu sueño una realidad"
Antoine de Saint-Exupéry
No me pidas que te diga cómo será el color de las paredes de mi casa dentro de 20 años, porque no tengo ni idea. Pero sí te puedo decir cómo me sentiré: feliz, cumpliendo mis sueños.
COROLARIO
Si eres uno de mis amigos y has llegado hasta aquí, deja de echar espuma por la boca y sonríe, idiota. No me gustan las personas planas que no tienen nada que aportar. Me gusta la gente que me estimula, me sorprende y le echa un par de huevos a la vida.
PD: Básicamente, esto es lo que te quise contar y no pude